Era tan sólo cuestión de tiempo, después que Donald Trump quedara en la cima como el presunto nominado a la candidatura presidencial por el Partido Republicano. El presentador de Univisión y Fusion Jorge Ramos por fin escribió su columna de opinión con motivo del desenlace de la primaria, en la cual arremete- de manera predecible- contra los senadores Ted Cruz y Marco Rubio.
La última vez que nos vimos precisados a prestarle atención a una columna de Ramos, fue para denunciar sus acusaciones de traición a la raza contra quienes no comparten su opinión. En aquel entonces, dijimos que:
Ramos dedica gran parte de esta diatriba emocional a las supuestas obligaciones de Cruz y Rubio hacía los indocumentados (incluyendo su cantaleta continua por la usanza del término "ilegales" en inglés), pero muy poco respecto a la obligación del inmigrante a asimilarse. En la perspectiva torcida de Ramos, los hijos de los inmigrantes tienen una obligación perpetua para con los posibles sucesores de sus padres, sin mediar preocupaciones sobre la seguridad nacional o los mercados laborales. Y los hijos de inmigrantes dan prioridad a estas cosas sobre las otras, entonces son "traidores".
Ramos no puede establecer en qué momento las obligaciones con los inmigrantes dan paso a las obligaciones para con nuestro país.
Esta misma premisa tóxica es la que sirve de fundamento a la diatriba del lunes la cual, como de costumbre, fue publicada primero en Reforma (México, D.F.) antes de circular en los portales respectivos de Univision y Fusion. En esta ocasión, las narrativas consabidas de traición a la raza están entrelazadas no tan solo con claras falsedades, sino con el tufo indiscutible de la alegría por el fracaso ajeno (lo que los alemanes llaman schadenfreude), y con exigencias de arrepentimientos y sumisiones.
Como todos sabemos, Estados Unidos es un país que tiene un proceso religioso para rescatar a los perdedores. Primero confiesan sus errores en público, luego hacen un acto de contrición, prometen no repetir sus pecados y al final se presentan como si hubieran renacido. Rubio y Cruz tendrán que pasar por este proceso de expiación de culpas. Pero los dos son demasiado talentosos e inteligentes como para retirarse de la política después de una caída, por más estrepitosa que haya sido.
Además, son muy jóvenes y se pueden equivocar muchas veces más... hasta ganar. Rubio tiene 44 años y Cruz 45 (aunque los dos parezcan mayores). De tal manera que se pueden lanzar en 2020, 2024, 2028 o hasta que lleguen a la Casa Blanca. El tiempo está de su lado.
(Como nota a calce diría que es interesantísimo que Ramos -un estridente antireligioso- se apropie del lenguaje confesional y expropiatorio. ¿Será que se cree sacerdote secular con standing para tomar confesión y perdonar pecados?)
Aquí Ramos recalca la idea, medular a su cobertura de los políticos hispanos, de que la ideología migratoria y la identidad individual tienen lazos inquebrantables. Lo vuelve a postular al cierre de la columna:
La política es brutal. Convirtió a dos hijos de inmigrantes en portavoces de un movimiento que culpó injustamente a los indocumentados de los principales problemas económicos y de seguridad del país.
Lección para la próxima elección: siempre es mejor ser uno mismo y poder regresar con los tuyos sin bajar la mirada. Marco y Ted pudieron ser los nuevos héroes de la comunidad latina y, en cambio, decidieron parecerse al villano. Así perdieron dos veces.
Aquí se insinúa que Cruz y Rubio se traicionaron a sí mismos antes de traicionar a su Raza. Para poder levantar esa acusación, Ramos antes tuvo que postular que Cruz y Rubio "siguieron" a Trump- como si hubiesen sido incapaces de llegar a sus posturas políticas de manera independiente, y obviando los vaivenes políticos del mismo Trump, quien no presenta políticas concretas sino puntos a negociar. Para poder vilificar a Cruz y Rubio, Ramos (al igual que el resto de la izquierda) primero los tiene que infantilizar.
El resto de la columna es un recalentado de los mismos estribillos de "antiinmigración" y "antiinmigrante", y una afirmación de la tradición inventada que supuestamente obliga a políticos hispanos a defender políticas migratorias de frontera abierta en todo momento, independientemente de sus efectos sobre la seguridad nacional, la seguridad pública, o el mercado laboral.
La columna -aunque de por sí profundamente ofensiva- no es nada nuevo bajo el sol. Esta diatriba tóxica requiere que sus lectores suspendan toda incredulidad para asumir que tanto Rruz como Rubio alguna vez tuvieron oportunidad de persuadir a Ramos y a los demás a darles una cobertura más justa si tan sólo se alinean a la ortodoxia migratoria. Sin embargo, los lectores de esta columna saben que eso es completamente falso.
Si yo tuviese el oído de alguno de los senadores, les exhortaría -de la manera más fuerte posible- a no darle a Ramos el gusto de tal arrepentimiento sumiso, porque ninguno es necesario. De hecho, lo que le deben a quienes representan y a quienes les apoyaron es el permanecer firmes y no ceder ante presiones mediáticas.
La realidad sigue siendo que Ramos no tiene ni el standing para adjudicarle autenticidad étnica a nadie, ni la autoridad -sea moral o de otra índole- para imponer pureza etnopolítica a nadie.