El programa Al Punto con Jorge Ramos, por Univisión, invitó recientemente a una joven figura de pensamiento libertario que viene cobrado cada vez mayor relevancia entre los hispanohablantes, particularmente a raíz de un poderoso mensaje que se volvió viral en las redes sociales. Se trata de la guatemalteca Gloria Álvarez, quien habló ante el primer Parlamento Iberoamericano de la Juventud, en España, denunciando un flagelo al que ella describe como el «populismo» que asola a Hispanoamérica.
Ramos presentó fragmentos del vídeo, visto por más de un millón de personas, en el que Álvarez señala que el populismo comienza por «desmantelar instituciones poco a poco, a reescribir constituciones para poderlas acomodar a los antojos de los diferentes líderes corruptos»; y más adelante que «[el] populismo ama tanto a los pobres que los multiplica, […] para seguir recibiendo un voto a través de cualquier objeto material que en ese momento la gente necesita».
Entrevistada por Ramos, la joven sitúa la génesis del populismo a la coyuntura del derrumbe del comunismo internacional y de la consiguiente necesidad de la izquierda de jugar el juego democrático para regresar al poder. Sin embargo, podría argumentarse que el populismo data de mucho tiempo antes, y la propia definición del término que ofrece Álvarez avala esa longevidad:
Populismo «es prometer, es manipular las necesidades económicas y sobre todo de justicia […], el venir y decir a las personas "Yo te voy a sacar adelante. Tú estás mal porque alguien está bien y yo voy a equiparar eso" y a la gente también le da un sentido falso porque, […] en el momento en que reciben el objeto material […], sienten como que "Bueno, por lo menos algo saqué, por lo menos esto es mío"».
No solo este estilo de hacer política se remonta a mucho antes de la década de 1990, sino que también se observa en el corazón mismo de la otrora contrapartida de libertad política y económica frente al modelo socialista: los Estados Unidos de América. Quizás acá no se reescriba constituciones, ni nuestros líderes sean tan corruptos como en otras partes, pero lo de «desmantelar instituciones poco a poco» se percibe cuando a nuestros jueces de última instancia se los nombra según su ideología, para que legislen desde el banquillo; cuando se rescata con dinero público a entidades privadas de las que se dice que son «demasiado grandes para fracasar»; o cuando nuestro presidente se salta mediante órdenes ejecutivas a los representantes elegidos por el pueblo, por solo citar algunos ejemplos.
Ramos le preguntó a Álvarez sobre la relación de Estados Unidos con los países de habla hispana, y ella respondió que lo que estos necesitan «son fuentes de empleo, oportunidades para que su gente adquiera los conocimientos para poder ser productivos y para poder salir adelante. Yo no considero que a través de la intromisión en la política o a través de ayudas internacionales vamos a poder rescatar a una población que lo que necesita es trabajar para sí misma y empoderarse». Cabe añadir que a menudo tal intromisión política y ayuda internacional lo que busca es cambiar la cultura de sus supuestos beneficiarios, para conformarla con la agenda radical de izquierda en el plano social.
Gloria Álvarez sostiene en cambio que «el guatemalteco tiene que sentirse dignificado y tiene que ver al gobierno no como un padre ni como un garante de objetos económicos sino como un árbitro». Lo mismo puede decirse del americano en general, desde Alaska hasta la Patagonia, porque, citando una vez más a Álvarez, «el peor daño que hace el populismo es que le quita la dignidad a las personas, le quita a las personas el sentido de que ellos pueden sacar adelante su propia vida».